Parece mentira que se tengan que recordar las tretas de esos q llaman mercados y que tantos beneficios económicos han amasado durante el siglo 20, por no irnos muy lejos, y el recién siglo 21. Argentina, Chile, Guatemala, Somalia y cientos de países, de esos que llaman en desarrollo, han sufrido la voracidad imparable e ilimitada de esos que se autodenominan expertos en desarrollo económico como la OCDE, el Banco Mundial o el FMI, complejas, coordinadas e implacables herramientas de los poderes económicos. Países arruinados y empobrecidos, desregularización de los mercados, desaparición o marginalidad del mercado local, aumento de las diferencias de clase e injusticias sociales, deterioro del medio ambiente y todo ello conseguido a través del mantra «desarrollo económico». Las medidas capitalistas han agredido a cientos de millones de personas que han visto reducidas sus vidas a la miseria, las deudas y el empobrecimiento. Mientas, otros, los menos, se han enriquecido a su costa. Esto no es demagogia sino una realidad palpable, aunque los poderes políticos y otros lacayos, como los ejércitos de expertos económicos, se encarguen en negar esta evidencia. Pero, claro, esto hasta hace unos años lo veíamos de lejos. Ocurría en lejanos países y no nos afectaban sus realidades, que en la mayoría de los casos hasta desconocíamos. Solo éramos conscientes de sus problemas cuando las televisiones nos informaban sobre su miseria y sus desgracias, sin explicar las causas pero emocionando a las solidarios ciudadanos de buen corazón de los países occidentales para que metieran la mano en el bolsillo y ayudaran a esa pobre gente que necesitaba tanta ayuda. El mismo leit motiv que las organizaciones dirigidas por el poder económico pero con mucha peor intención. Ayudar a los países en «vías de desarrollo» era el motivo por el que las economías de esos países eran intervenidas y dirigidas por los expertos del FMI o el Banco Mundial, pero no por solidaridad. Prestaban dinero cobrando unos intereses que convertían en acreedores por perpetuidad a los gobiernos nacionales, convirtiendo en meta inalcanzable la generación de riqueza que repercutiera directamente en cada país y permitiera el crecimiento económico. Ante la persistencia del subdesarrollo, se seguía insistiendo, y obligando a que se implementaran las medidas económicas que se les dictaba. Se seguían recortando derechos sociales y laborales y privatizando los servicios públicos. Todo ello en aras del crecimiento. Todo esto lo veíamos desde la barrera, como meros espectadores, mientras firmábamos nuestras hipotecas pensando que nunca nos iba a pasar, que nuestras comodidades eran para siempre. Pero no. Los poderes económicos son insaciables y ya han elegido a sus nuevas víctimas: los países europeos, y entre ellos, como no, el estado español. Empiezan con Grecia, Irlanda, Portugal, el estado español e Italia y acabarán con Francia y Alemania. Se está repitiendo el mismo patrón que en los países sudamericanos y africanos. Son los mismos expertos que hundieron a estos países quienes nos indican las medidas que se tienen que tomar, sin alternativa alguna, como el único camino posible para salvar la crisis económica. Nos hablan de reformas imprescindibles a las cuales seguirán otras igual de imprescindibles e irán encadenando reformas hasta que consigan reducir el estado de derecho a la mínima expresión. La OCDE, el FMI o el Banco Mundial y, sobre todo, quienes están detrás de estas organizaciones son el problema. Nunca han sido la solución ni nunca lo serán. Sus indicaciones no han generado en ningún país del mundo mayor bienestar y riqueza para sus ciudadanos, ni han mejorado sus derechos sociales y laborales, ni han redistribuido la riqueza ni han creado desarrollo económico y no lo generarán ahora. La movilización y la organización ciudadana son imprescindibles para enfrentarse a estas agresiones aunque todavía muchos se quedan en casa, aquellos que todavía mantienen cierto bienestar y se amparan en el trabajo, que todavía no han perdido o aún no se ha precarizado. Aquellos que siguen confiando en los partidos que legitiman las políticas económicas que les dictan. Aquellos que piensan que no es tan grave y que la reforma laboral, la de las pensiones o la de la constitución española son necesarias para salir de la crisis. Pero los mercados ya nos avisan. Se necesita profundizar en las reformas. Son insaciables.