Hay un principio que la historia contemporánea ha ido reafirmando constantemente: el capitalismo es irreformable. Todo intento de reforma del capitalismo ha acabado en la domesticación y asimilación de los movimientos civiles y propuestas de reforma. Este sistema ha ido creciendo progresivamente, acelerando su implantación y aumentando sus efectos nocivos contra la mayoría de la población en la década de los 80, con el gobierno de Ronald Reagan en EE.UU y de Margaret Thatcher en el Reino Unido. Ha sido tan imparable su crecimiento que su hegemonía actual es incuestionable, reduciendo la posibilidad de cualquier alternativa que le haga sombra. O al menos eso es lo que sus voceros intentan hacer creer. La reforma no va con el capitalismo. O se acaba con él o acaba con nosotros.