Desde que cayó en mis manos «El aciago demiurgo«, a principios de los 90, he leído mucho a este filósofo sin nacionalidad, dado a conocer en España por las traducciones de Fernando Savater (en qué se ha quedado este pobre filósofo español). Últimamente apenas lo frecuento pero, en ocasiones, recuerdo alguno de esos aforismos tan propios de su pensamiento incendiario. «Un pensador que oyera pudrirse una idea…»