La capacidad de categorizar nos permite entender de una manera más sencilla la realidad que nos rodea. Cada uno de nosotros tenemos un mapa de la realidad formado por distintas categorías en las que vamos interpretando y elaborando la información que recibimos. Estos mapas nos permiten dar sentido y entender la realidad que nos rodea. Cuando nos encontramos con algo de difícil categorización, surge un estado de confusión que finalmente es resuelto creando una nueva categoría o, lo más habitual, incorporándolo a una antigua con la que al menos comparta alguno de sus elementos. En política, de forma simplificada, existen dos categorías en las cuales se enmarcan la mayoría de los partidos políticos, la izquierda y la derecha. Simplificada porque dentro de estás dos categorías existen distintos matices. Teóricamente la inclusión de los partidos políticos en alguna de ellas está relacionada con la práctica política. Esto en la realidad se enfrenta a un problema que tiene que ver con el intento de trascender la práctica a través del lenguaje, como constructor de realidades, lo cual genera un dramático enfrentamiento entre lenguaje y práctica. El lenguaje disociado de los hechos se convierte en un elemento transformador de la realidad que llega a superar y a eliminar sus contradicciones con esos hechos a los que hace mención. De tal manera, que lo que uno dice, independiente de lo que uno hace, tiene un efecto tan poderoso que es suficiente para que de forma acrítica situemos a determinados partidos políticos en categorías que no les corresponde.
Muchas veces la contradicción existente entre lo que dicen y lo que hacen nuestros políticos está perfectamente definida. Es decir, es un acto consciente dirigido a conseguir un objetivo concreto, como puede ser ganar unas elecciones u obtener la confianza de un sector de la población determinado. La categorización de cada uno de estos partidos en la izquierda o la derecha así como, y fundamentalmente, nuestra identificación con uno u otro minimiza la contradicción entre lenguaje y hechos, resultando vencedor de forma habitual el primero de ellos, sobre todo en un contexto de ausencia de crítica. Las palabras que utilizan los políticos no son neutrales sino que tienen una carga moral e ideológica necesaria para activar en nuestros cerebros aquellas características propias que definen nuestras categorizaciones políticas y que refuerzan nuestra adscripción a las mismas. A su vez fortalecen el rechazo a la opción política contraria. La capacidad del político para desnaturalizar el significado de las palabras del contrincante y connotarlas de forma negativa facilita el trasvase de simpatizantes de una categoría a otra. Sólo hay que fijarse en el uso dado por dirigentes neoliberales al concepto de libertad, referido principalmente al «dejar hacer» de las organizaciones comerciales y financieras y el favorecimiento de la acción privada frente al control público del estado o de los ciudadanos. Cualquier restricción a la acción privada o al libre comercio, es tachado de ataque a la libertad individual. Si consiguen instalar en el imaginario colectivo que el control público de una organización supone una transgresión de un principio universal como la libertad individual, lograrán un mayor apoyo a sus tesis impidiendo la participación ciudadana en la construcción de la sociedad desde parámetros de bienestar social, sustituidos por parámetros de beneficios empresariales o financieros. El ciudadano queda, por tanto, a expensas de decisiones de las organizaciones neoliberales sin margen de maniobra, lo cual supone una restricción absoluta de su libertad individual. Lo contrario de lo que verbalmente defienden sus valedores.
En otras ocasiones se produce una contradicción entre lo que se dice y el contexto en el que se pretende llevar a cabo, cuando éste no es el adecuado para el desarrollo natural de lo que se dice. El intento de ponerlo en práctica, utilizando reglas que no le son propias, provoca con el tiempo una desnaturalización de lo dicho y causa en la práctica la asunción de hechos contradictorios con lo que defienden. Esto, a su vez, origina un desplazamiento en el continuo izquierda-derecha, acercándose y asumiendo planteamientos extraños, propiedad de aquellos que sí han definido las reglas y que actúan de forma coherente con la realidad. La existencia de un contexto extraño implica previamente su transformación. Cualquier intento de transformar una realidad política utilizando las reglas inherentes a la misma está condenado al fracaso y origina, finalmente, la asimilación o la transfiguración de lo defendido. El PSOE, que se considera socialista, desarrolla en la práctica políticas propias de la derecha lo cual está relacionado con su renuncia a transformar la realidad y a cambiar las reglas que el sistema capitalista impone en la sociedad española. Este socialismo capitalista, que defiende el partido del gobierno español, es un oxímoron que provoca la fagocitación del elemento más débil por el más fuerte, que es aquel que controla las reglas de funcionamiento, provocando en la práctica la prevalencia de medidas propias de la derecha y el fortalecimiento del sistema actual. Es decir, nada cambia, todo seguirá igual. Aunque nos digan lo contrario.