Los programas de debate no existen

No sé qué es lo que hay que hablar con el Partido Popular y por eso no entiendo que haya que sentarse delante de una cámara a dar la réplica a los argumentarios que llevan repitiendo durante años como si fueran nuevos. No es que no tengan derecho a decir lo que piensan sino que no me interesa lo que dicen ni lo que piensan ni lo que hacen. 

La única alternativa que les doy es que se retiren y se larguen a su cueva. Años dando patadas a la democracia hasta hacerla irreconocible como para sentarse al lado o delante de ellos a reírles las gracias o a enfadarse con las tonterías con que nos agreden. Una silla vacía, una cámara sin operador, una televisión sin emisión es lo que necesitan. 

Volverles la cara y desnudar sus discursos en la vaciedad de la que nacen y sobreviven. No, no hay nada que hablar con ellos, ni pactar ni debatir. Qué se vayan fuera de cada una de las poltronas en las que han convertido los asientos institucionales que aspiraban a representar los intereses de las personas de las que decían ser sus representantes.

Las audiencias de los debates televisivos alimentan el teatro de la política en la que los vividores, los profesionales que se han dedicado a sacar rédito económico personal y para sus semejantes, escenifican su repertorio, nos dan ejemplo de cómo es un comportamiento deshonesto, manipulador, falso e hipócrita. 

Esos que salen en las sillas simulando dar una opinión colaboran en el espectáculo en el que se ha convertido el bien común. No importan las intenciones con las que uno entra en el plató y se sienta en el asiento que le indican. En el momento en que el regidor hace la cuenta atrás y el público aplaude, y las luces parpadean, y el sonido invita al atontamiento general, empieza el espectáculo y aunque uno no quiera forma parte del mismo. 

Entre publicidad y publicidad se está dando lustre al espectáculo de la opinión.

No existen programas de debate en la televisión. Lo que prima no son las ideas sino el espectáculo. Por eso no interesa invitar a unos pensadores o si se hace estarán rodeados por otros que deformarán el diálogo, lo conducirán a callejones sin salida o lo cortarán constantemente con la intención de que los mensajes no lleguen claros. Esos otros, esos marhuendas, son la fauna propia de los programas televisivos y, de esta manera, se mueven como pez en el agua.

Estos programas van dirigidos a que la audiencia responda de forma emocional, desde el enfado por las sandeces que dicen algunos de los invitados o el entusiasmo por la contestación que ha recibido el tipo aquel que nos cae tan mal. Lo racional, la asimilación intelectual y crítica de los contenidos es tabú en el espectáculo que nos ofrece la televisión.

Los vividores participan entusiastas en estos programas y son capaces de decir y de defender lo que no se debería decir y lo que es imposible defender. No les importa qué porque lo que necesitan es conseguir impactar emocionalmente a aquellos que les sostienen. Lo principal es evitar que sus creyentes puedan considerar algunas de las ligeras ideas que sobrevuelan entre los focos del plató y que se resisten a morir en el ruido creado específicamente.

Las ideas que asoman la cabeza se amortiguan con los gritos, los aplausos, las polémicas, las luces, los sonidos, el pinganillo del presentador y los pases de publicidad. No encontrarán en ningún caso el hábitat para sobrevivir.

Es este escenario lo que hace inútil la participación en este medio de personas bienintencionadas que con el tiempo se diluyen en un contexto más poderoso de lo que pensaban. No se puede cambiar esta televisión sin cambiar la sociedad en la que se vive. Esta televisión es el reflejo de lo que somos y lo que demandamos.

La sociedad jamás se cambiará en las televisiones o utilizando alguno de los medios que ha creado este sistema para el adormecimiento general. La sociedad se cambia en las calles, en los barrios, en el contacto directo, en la participación directa de cada uno de nosotros. Pero el 15M se ha encargado de demostrar cuán lejos estamos todavía de esta posibilidad.

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